Wednesday, May 14, 2008

El Gold Rush peruano

Antes de venir a vivir al Perú, hablar de la minería me hacía pensar en Jack London y Ayak, un personaje que leía en las tiras cómicas cuando vivía en Francia. Me imaginaba a esos aventureros que cargaban kilos y kilos en busca del filón perdido en los territorios del noroeste canadiense: Klondrie, Yukon, los ríos con gente que, en sus orillas, juega con una palangana, encuentra piedritas brillantes y emite una carcajada desde su avariciosa cara diciendo “¡Soy rico, soy rico...lo he logrado!”

Sí, había por ahí algo en la cabeza que me hacía recordar a los españoles explotando indios en Zacatecas, Taxco, las minas del Potosí, pero he de confesar que era una idea de segundo grado: era más bonito pensar en aquellos emprendedores que se partían el alma con tal de encontrar su piedrita y bueno, al final se explotaban a ellos mismos, pues era propiedad privada.

Pero después llegué a la tierra de Mariátegui, Arguedas y Scorza, y me di cuenta de que acá, hablar de minería es excesivamente complejo. (seguir leyendo)



PASEO GEOGRAFICO

Los que han tenido la oportunidad de recorrer este país por tierra (desafortunadamente muy pocos extranjeros), habrán visto que en lo agreste de su geografía, cualquier emprendimiento como los que conocemos se topa de frente con una naturaleza inhóspita: si es en la costa, faltan el agua y el sol; si es en la montaña, son los 4 mil de altura y unas cumbres abruptísimas las que hacen imposible pensar en meter un tractor para cultivar en grandes extensiones; y si es en la selva, lo que no hay son carreteras para llegar, y en cambio, sobra la humedad y el agua. La economía (como la conocen en Estados unidos: de alto consumo, producción, generación de riqueza para especular con ella) no ha encontrado el camino para potenciarse. Desde que tuve oportunidad de llegar a esta nación, me di cuenta que el sistema andino de pensamiento es distinto: acá no se trata de producir para guardar, sino para sobrevivir.

Pero claro, a muchos no les gusta esa idea y han buscado y buscado la forma de mejorar su bolsillo: unos se han dado cuenta que debajo de esas moles de tierra y piedra, escarbar puede ser un excelente negocio. La minería es, en el Perú, el primer productor y motor de desarrollo de la nación, al grado que cuenta con varias medallitas: primero en oro, segundo en plata, cuarto en zinc y plomo… y por lo que parece, le gustaría arrasar en esta especie de concurso olímpico de ver quién junta más metales.

En resumidas palabras, tenemos un país económicamente pobre, pero sentado (como lo dijo un político hace un par de centurias) en unas montañas de metales preciosos: en teoría, si se explotaran los yacimientos, saldría oro (el mineral) que se podría utilizar para mejorar la calidad de vida de los habitantes que tendrían plata (en papel), para comprar productos de aluminio, hierro, bronce, cobre y demás.

Sólo que en el transcurso, requerirían (y no es nuestra intención hacer acá un estudio de la tabla de los elementos, pero no podemos impedir mencionarlos) de mercurio, arsénico, plomo y otros tantos para poder separarlos y hacer lingotes puros y de distintos colores, y esos no son buenos para la salud: cuando uno escarba, saca cosas que le sirven y cosas que no: las útiles (pensemos en un arqueólogo y sus vasijas, entierros, sortijas, pectorales y narigueras) se sacan y se exhiben, pero las inservibles se dejan de ladito y después, aludiendo mala memoria, se olvidan por ahí, total, ya encontramos lo que queríamos, y si hay que buscar más, lo haremos en otro sitio.

TO MINE OR NOT TO MINE

El Perú está enfrascado en una lucha de cómo hacer para permitir la minería (desde el lado oficial, el chino repatriado – Mr fujimori- fue de los más grandes promotores, pero sus sucesores en el mando – Messieurs Toledo y García, también han encontrado un buen filón) y evitar sus impactos ambientales. En pocas palabras, definiría el dilema así: la minería provee muchos recursos que necesita el país (y el mundo), y al mismo tiempo trae la contaminación que no tiene.

Como pocos me conocen y además no voy a dar nombres, contaré una pequeña anécdota. Esto sucedió en la ciudad de Lima: un buen día (en esas recomendaciones que salen de quién sabe donde), tuve la ocasión de asistir a una reunión en que los representantes de una empresa minera del Ecuador solicitaban ayuda, pues un grupo de activistas había tomado sus instalaciones y estaban en grandes problemas: se había suscitado cierta violencia, una mujer había sido detenida, amarrada y golpeada, se había llamado al ejército y éste había expulsado a los quejosos de las instalaciones (ocupándolas a su vez). Resultado: empresa detenida, operaciones en peligro de continuación, pérdida del patrimonio de la minera, negociaciones estancadas, caos absoluto.

De acuerdo con los comentarios escuchados, previo a los enfrentamientos, la minera había hecho negociaciones con los habitantes locales y todo operaba a la perfección, pero un día llegaron personas de un movimiento externo “anti-minería” y habían conseguido convencer a algunos de los residentes de hacer una protesta para clausurar las operaciones de la compañía. Ésta fue exitosa y el gobierno terminó por cerrar temporalmente las operaciones de la empresa. Hoy día, se continúa negociando para intentar recomenzar el trabajo.

Como éste, hay una gran cantidad de ejemplos: hace un par de días tuve la oportunidad de ver un documental llamado “Tambogrande: mangos, muerte y minas” que cuenta la historia de una comunidad del mismo nombre, en el norte del Perú, que logró detener el proyecto de una planta extractora de oro que intentaba ¡Abrir una explotación aurífera en la mitad del pueblo! El video muestra cómo, gracias a la movilización de la población, se logró hacer un frente (que en un principio fue bastante violento y después se hizo pacífico y encontró medios de expresión muy originales) para parar su construcción (inclusive el gobierno estaba a favor de la compañía minera). Sin duda vale la pena verlo y recomiendo mucho hacerlo si es que uno quiere tener una idea más completa de lo que está en juego en una situación como esta. (http://www.guarango.org/tambogrande/)


Recientemente, el 16 de septiembre, se llevó a cabo una consulta popular en la que se votó acerca de la pertinencia de la minera Majas en el norte del Perú: la mayor parte de la población votó por no permitir su instalación: la participación fue altísima, al igual que en consultas similares que se han realizado en Guatemala y Argentina.


MEDIO AMBIENTE VS ECONOMIA: ¿INTERÉS DE QUIEN?

En el juego de ser abogado del diablo, uno recibe muchos comentarios, y espero que este sea el caso de mi artículo: dentro de todo este asunto, hay algo que llama mucho la atención, y es la participación de personajes externos a los de los sitios en disputa.

Existe, y es imposible negarlo, un movimiento internacional en contra de la minería. Basta con hacer una pequeña búsqueda en Google, y se encontrarán un par: http://www.miningwatch/ , http://www.minesandcommunities.org/ , la pregunta es cuáles son los intereses que representan. Así como las compañías mineras tienen intereses económicos (les interesa explotar para hacer dinero), los grupos que se oponen enarbolan una serie de demandas entre las que destacan la defensa del medio ambiente, el usufructo de los recursos por sus propios habitantes, el alto a la explotación laboral, la injusta repartición de riquezas, así como la rapacería del primer mundo hacia los países en desarrollo. ¿Son todas estas quejas válidas? Pregunta difícil de contestar, pues es innegable que las minas en nuestras naciones representan un poco la suma del colonialismo exacerbado, pero éste no es el caso de lo que sucede en las operaciones mineras del primer mundo (los sueldos, el respeto a la normas ambientales y la forma de trabajo son diametralmente distintas y cumplen altas exigencias).

En otras palabras, me parece que negarnos rotundamente a la minería es como decir que no compraremos una motocicleta porque cuando la gente anda en motocicleta, se mata. La minería provee recursos económicos, ayuda a los avances de la ciencia, y hasta nos ayuda a mejorar nuestra calidad de vida: lo que la hace funcionar correctamente o no, es la forma de llevarla a cabo… desafortunadamente en nuestros países (triste pero real decirlo) subdesarrollados culturalmente, las leyes no rigen, la justicia no existe, y la responsabilidad social es un concepto desconocido: casos de ríos contaminados, de niños con plomo en todo el cuerpo, de muerte lenta por mercurio, y de aguas regadas con arsénico, hay millares.

“Tener sexo da VIH”, dicen nuestros puritanos. Lo que no dicen es que recibir una transfusión sanguínea también, y que no es el sexo lo que hay que detener (¡Qué horror: un mundo de Alfas y Betas!), sino la enfermedad, y para ello se necesitan controles, responsabilidades, educación, campañas, y leyes, funcionales, todas ellas.

Llama también la atención que una buena parte de estos quejosos sean extranjeros (de igual modo que los explotadores): defensores de la no minería que en sus países tienen celulares (que requieren como 30 tipos distintos de minerales), bicicletas (de aluminio, carbono, hierro y aleaciones), cambia de auto cada año, viaja en avión para hacer sus protestas, (inútil detallar la cantidad de metales usados en esto), usa navajas suizas, incrustaciones de platino, relojes con baterías de cadmio, y mandan correos electrónicos en computadoras que consumen más minerales que una fundidora... claro, “detengamos la minería, pero tengamos la opción de seguir usando nuestros velocípedos y de viajar a esos lindos sitios tan autóctonos”. ¿No considera el lector que al final, el que no se haga minería en nuestros países, beneficia a las mineras que están en el primer mundo?

Quienes han tenido, pueden dejar de quererlo, pero quienes nunca lo han tenido, quieren siempre tener la oportunidad de probarlo. ¿Y quiénes son ellos para decirnos que no tengamos todos esos bienes y mejoremos nuestra calidad de vida?

Así que tal vez deberíamos de comenzar por leer a Scorza, a Arguedas y a Mariátegui, que han analizado con bastante fineza el caso del Perú (que es similar al del resto de la América Hispana) y comenzar a preguntarnos si en realidad nuestra amenaza y oportunidad es la minería, o si somos nosotros mismos, que somos incapaces de pensar en un futuro de explotación controlada, inteligente, limpia, respetuosa del medio y sobre todo sanitizada de políticos que se venden al primer postor, de ingenieros que nos engañan con análisis de agua falseados y poco éticos, y ambientalistas que hacen estudios ambientales para satisfacer a las mineras extranjeras y no a sus connacionales.

Por si acaso hoy me preguntaran si estoy a favor de la minería o en contra, les diría que en las condiciones en que opera en los países donde las leyes ambientales son más laxas que el bolsillo de un político, no estoy de acuerdo, pero insistiría en que deberíamos de (te hablo a ti, Juan Pueblo) aprender y cultivarnos para hacer una explotación inteligente. Para quienes quieren abrir más complejos mineros, les diría que primero hagan que los que existen realmente distribuyan la riqueza entre los pobladores y no los enfermen, y una vez que quede zanjado ese asunto, hasta yo les ayudo a buscar nuevos sitios.

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