El desarrollo es un mito.
Samuel Bedrich
De Rivero, O. 2006. El mito del desarrollo - Los estados inviables en el siglo XXI – 10ª ed. Fondo de Cultura Económica del Perú, Lima. 326 pp.
En diciembre la actividad laboral baja, y en la tensa calma de la espera, en el tiempo previo a la sustentación de mi tesis, me ocupo leyendo.
Un buen amigo me recomendó a Oswaldo de Rivero, un peruano de los que sí saben escribir y mirar al mundo con ojos abiertos; de los que no creen que inventan el hilo negro, sino que son conscientes de que el mundo es vasto, grande, y de todos (aunque esto signifique que a pesar de que todos vivimos en él, unos lo sufren más que otros). (Seguir leyendo)
“El mito del desarrollo” es un libro viejo si pensamos en términos cibernéticos: fue escrito por primera vez en 1998. A casi 10 años de esto, cualquiera pensaría que está desactualizado, sin embargo basta leer unas cuantas páginas para confirmar que han valido la pena las reediciones. Ya tiene traducción al japonés, turco, inglés, portugués, francés y árabe. “Debe ser por algo” –me digo mientras constato que va en la décima edición.
De Rivero separa en seis capítulos la historia del mundo moderno: desde el surgimiento de los Estados-Nación a raíz del final de la colonización del mundo (en que los países buscaban su independencia para soltarse del yugo de la dominación extranjera, pero al final no contaban ni con herramienta ni infraestructura material o de recursos humanos para lograr una verdadera autonomía), hasta la época actual, en que los países se convierten en ENI (Economías Nacionales Inviables) y ECI (Entidades Caóticas Ingobernables).
El argumento principal del autor es el de demostrar que los países que antes fueron llamados del Tercer mundo, luego Subdesarrollados y ahora “En desarrollo”, siguen siendo los mismos y, en realidad, son simplemente naciones que no avanzan en el esquema de mejora de las condiciones de vida de sus pobladores. En sus palabras: “Después de 50 años de experimentos por el desarrollo y de billones de dólares en ayuda, la mayoría de ellos no están ‘en desarrollo’ sino que siguen subdesarrollándose” (p. 25).
El autor menciona que de todos los ejemplos existentes, únicamente los casos de Taiwan y Corea del Sur son relativamente distintos, pues son los dos únicos que han tenido una mejoría real para sus habitantes. Critica fuertemente a nuestra América Latina, al África, Asia y demás países que aplican teorías y recetas del FMI y BM (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, respectivamente) y no se dan cuenta, años después, que siguen en las mismas condiciones.
La queja más fuerte es pues, hacia un modelo de desarrollo que solamente alcanza a unos cuantos, a una minoría dentro de la población de cada una de las naciones: no se trata de hacer que toda la India alcance los niveles de vida de Europa, sino que 100 millones de sus 1’000 tengan acceso a las tarjetas de crédito, autos nuevos, y vida de consumismo, mientras los otros 900 sólo ven crecer la disparidad; de todos modos ¿cómo podríamos hacer que el total de la población tuviera un nivel tan alto? ¡Se nos terminarían los recursos naturales! Así que en este camino, sólo resta ser parte de los “buenos y afortunados”, mientras dejamos que los demás se quiebren de hambre y de frío en el camino.
¿Hasta cuándo? –se pregunta. Hasta el momento en que se conviertan en economías tan caóticas e inviables que se inicien las hostilidades sociales. ¿Y cómo negarlo, si hoy vemos cómo países como Brasil y México se llevan los premios de desigualdad social (con su puñado de millonarios y sus millones de desamparados).
Lo que para algunos parece el inicio del desarrollo no es sino el muro de contención hecho por las mismas potencias en sus países vecinos como México que “está adquiriendo renta estratégica de Estado-Nación subdesarrollado vecino de una superpotencia. Los Estados Unidos han escogido a este país como socio para estabilizarlo e impedir que lo afecte el aumento de la inmigración, no sólo desde México, sino desde Centroamérica y Sudamérica” (p. 28)
¿Entonces el préstamo durante el efecto Tequila no fue por buenos vecinos?
Los números son claros y llaman la atención: Venezuela, por ejemplo, ha captado en recursos petroleros, entre 1976 y 1995 (que conste que no es culpa de Chávez esta vez), “cerca de 270 mil millones de dólares. Si se compara esta suma con los 13 mil millones del Plan Marshall [el que resucitó a Europa después de la Segunda Guerra Mundial, N. del R.], este país ha recibido unas 20 veces lo que tuvo toda Europa […] los venezolanos, en los últimos 22 años han disminuido su ingreso promedio per cápita en menos del 0,8%” (p171).
En toda la región andina, en Brasil y en Argentina, los ejemplos cunden: “durante los últimos 23 años […] la renta per cápita promedio resultó negativa (-0,2%); en Colombia creció 1,7%; en Perú fue negativa (-0,4%), en Ecuador creció 0,8%...” (p170).
¿Por qué? ¿Cómo? Tal vez una de las respuestas interesantes sea esta: “los mal llamados países en desarrollo, con ¾ de la población mundial (4,800 millones de personas), sólo cuentan con el 10% del total de los ingenieros y científicos del mundo. El 7% de ellos en Asia, 1,8% en América Latina, un 0,9% en países árabes y 0,3% en África. Además, estos países poseen sólo el 3% de las computadoras del mundo y no invierten o invierten solamente un 0,2% de su PNB en Investigación y Desarrollo” (p. 86).
El autor continúa recordando que según la OMPI (Organización Internacional de la Propiedad Intelectual), “en el año 2002, se otorgaron en el mundo 170 mil patentes a inventores en el mundo, 90 mil a inventores norteamericanos, 35 mil a japoneses, y el resto se repartió entre 10 países innovadores (cita entre ellos a Taiwán, Corea del Sur, Israel, Alemania, Rusia y Canadá). La India y China están en la cola con algo más de 200 patentes cada una. La América Latina, la mayor parte de Asia, los países árabes y África, no figuran para nada…” (p. 87)
Y pensar que recientemente me dijeron que mi tesis tenía que “guardar los esquemas de la universidad” ¡Viva la innovación latina!
El libro es extenso y es complicado hacer en tres o cuatro cuartillas su descripción, pero valga el presente para hacernos pensar un poco y acaso, animarnos a comprar el ejemplar para darle un repaso a nuestro actuar.
No podría cerrar este breve comentario sin hacer alusión al darwinismo. Hace unos meses yo mismo había escrito un texto sobre “El nuevo darwinismo”(http://andaryegosustentable.blogspot.com/2007/12/el-agua-y-el-nuevo-darwinismo.html), en esa ocasión relacionado con el agua. , en el que comentaba sobre la triste utilización que hacemos sobre las teorías de Darwin –qué él uso para explicar el desarrollo de las especies y no la forma de actuar del ser humano-.
De Rivero habla del darwinismo en el sentido de que “en el conflicto darviniano, todas las criaturas de la naturaleza van depredando. Esto significa supervivencia y reproducción. [Por consiguiente,] las empresas deben ser también depredadoras a través de la más extrema competencia económica […] Estas equivalencias […] afloran a la conciencia, no sólo cuando analizamos fenómenos biológicos, sino también sociales y económicos, sirviendo así para legitimar intereses creados y privilegios” (p. 104)
Y continúa: “el humanista Huxley, que defendió en Oxford las tesis de Darwin, sólo como tesis biológicas, jamás como sociales, decía que no podemos aprender lecciones de moral de la naturaleza, porque la naturaleza es totalmente amoral, en una de sus polémicas dijo: ‘si llevamos ante el tribunal de la ética a la naturaleza, ésta será condenada porque es moralmente indiferente’. Por lo tanto, el progreso y la paz de la sociedad humana dependen precisamente de no imitar las leyes darwinistas de la selección natural en las relaciones humanas […] Para este humanista, la preocupación ética no debería estar dirigida a que sobreviva el más apto, sino a hacer aptos a la mayor cantidad posible para que puedan sobrevivir” (p. 105).
Terminaré diciendo que si es válido criticar algo del libro, es esa especie de redundancia latina: nos gusta pasar una y otra vez sobre los temas, como para reafirmar que lo hemos comprendido, o para evitar que el lector se olvide de nuestra opinión al respecto. Podríamos reducir 20 páginas para limpiarlo un poco (tal vez ha engordado por las actualizaciones que se han hecho en las ediciones subsecuentes), pero eso no es lo más importante: tal vez el punto crítico sea simplemente leerlo, porque para todos tiene mucho más que decir, que lo que le podemos recriminar.
Lima, 2007
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