Monday, November 20, 2006

[Reflexión sobre lo urbano y lo rural] Desarrollo y embrollo

Este es un artículo aparecido en Tiempos de Reflexión en la edición de noviembre de 2006

Desarrollo y embrollo
Samuel Bedrich

En esta dualidad de vida entre el Perú y México, el tema del desarrollo ha dejado de ser un simple cuestionamiento para convertirse en una especie de reflexión continua. ¿Quien puede diferenciar lo desarrollado de lo que no lo está? Me pregunto, sobre todo, si en aras de esa supuesta búsqueda de mejores condiciones de vida, no hemos terminado por destruir, aduciendo modernidad, un cúmulo de tradiciones, formas de pensar y maneras de organización centenarias, ver milenarias. (seguir leyendo)

Sudamérica está compuesta por un crisol de nacionalidades y, en tanto que “nuevo mundo”, ha recibido influencia de un sinnúmero de habitantes del universo: oleadas de inmigrantes del Asia, de Europa del Este, de África, e incluso de los mismos países del área. Todos han contribuido a formar naciones tan disímbolas como uniformes. Las ciudades suelen ser cosmopolitas, amplias y de múltiples colores: con barrios chinos, salsódromos, discotecas y terrazas como en las urbes más modernas. Hay zonas residenciales que no envidian absolutamente nada a las del llamado “primer mundo” y en cuyos supermercados se puede encontrar todo tipo de satisfactores, como si se estuviera en París, Londres o Nueva York. 

Pareciera que el mundo se empequeñece y que todo queda al alcance de la mano; que podemos ser internacionales en cualquier metrópoli. Sin embargo, cuando salimos de los barrios de negocios, de las áreas comerciales y de los espacios residenciales, nos topamos con la dura realidad, la que siempre ha existido: dentro de esa multietnicidad, los pueblos aislados, las zonas marginadas y las comunidades en las montañas se han quedado en el camino: millones de seres humanos que no tienen acceso a satisfactores básicos y elementales. 

 Cuando uno se interna en la geografía de América (y no dudo que suceda lo mismo en otros continentes), se observa cómo miles de personas están, no sólo lejos en la distancia, sino en el tiempo: poblados en los que hace sólo un año que ha llegado la electricidad, o a los que solamente se puede acceder por caminos de herradura; sitios en los que es prácticamente imposible encontrar agua embotellada, donde se vive con los alimentos producidos por la misma comunidad para su subsistencia. En estos sitios, los bienes industrializados llegan a lomo de burro, por caminos de un metro y medio de ancho que tienen una larga pared pétrea de un lado y un profundo acantilado del otro. 

El siglo XVI no se ha ido. Nuestra primera reacción es llamar a todos estos pueblos incivilizados y retrasados, pues según nuestros esquemas mentales, carecen de muchas cosas: no hay agua caliente, no se consiguen frutas, los alimentos son pocos, faltan muchos satisfactores, se bebe mucho… en suma “falta modernidad” Es innegable que para que una comunidad goce de una buena salud mental y física, existen aspectos de importancia elemental que deben ser satisfechos: centros de salud y enseñanza, infraestructura básica (electricidad, alcantarillado, agua potable), lugares de entretenimiento, abasto de productos, y medios de comunicación y transporte. En la actualidad, pocos son los grupos sociales que realmente viven aislados del resto de seres humanos (acaso algunos cientos, en las profundidades de las selvas del Amazonas), sin embargo, es cierto que millones de personas carecen todavía de servicios fundamentales: cuando no falta uno, faltan otros. 

 El Cañón del Cotahuasi, en el Perú, es uno de estos lugares: muchas de sus comunidades se encuentran dispersas en la sierra y carecen, en su mayoría, de algunos de los elementos antes mencionados. Desplazarse veinte kilómetros puede tomar todo un día (pues se hace a pie o en caballo), y conseguir productos no locales es muy complejo, pero, ¿podríamos arriesgarnos a decir que en esos lugares no existe el desarrollo? Está claro que estas poblaciones deberían satisfacer esas necesidades –ese es un enorme reto para los gobiernos nacionales-, pero es demasiado tentador y simplista acusarlos de ser subdesarrollados, pues cuentan con conocimientos ancestrales, técnicas, estructuras de trabajo y formas de organización eficientes. 

Cuando les llamamos rezagados, nos olvidamos que ellos tienen conocimientos distintos de los nuestros: habilidad para sobrevivir en las alturas (a más de 4 mil metros), capacidad para guiarse en la noche, técnicas de cultivo adaptadas a sus condiciones geográficas (cultivos en andenes), organización laboral en faenas (equipos que trabajan los terrenos particulares de forma comunal), destrezas para la elaboración de textiles propios, sin olvidar, por supuesto, la producción de música y el manejo de su propia identidad … 

¿No será que tomamos posiciones muy arriesgadas al pensar que el desarrollo es únicamente el que conocemos nosotros? Cuando la electricidad llegó -hace un año, sí en 2005- a Huaynacotas (pequeña población del Cotahuasi), una de las primeras cosas que hizo la comunidad fue organizarse para comprar una antena satelital… de televisión. Poco a poco sus habitantes compraron sus cajas bobas y ahora por las tardes se reúnen en torno a este aparato para disfrutar de las telenovelas mexicanas y brasileñas, pues aunque hay una antena que capta muchos canales, la señal es una y los pobladores están a merced de quien la controla. ¿El primer mundo significa ver películas malas y telenovelas? Con frecuencia.  Perdernos por horas frente a la televisión, ser egoístas y trabajar sólo para nosotros; olvidarnos del sentido comunitario y solidario, no saludarnos en la calle, pertenecer a la cultura consumista del atesoramiento económico, y cerrar los ojos ante la pobreza de los demás también es parte de este mundo “moderno” en que vivimos. ¿Es esto lo que buscamos al llevar servicios a las comunidades alejadas? 

 Mi interrogante es sobre lo que estamos haciendo al “integrar” a los pueblos lejanos a nuestro sistema consumista: parecería que nuestro único interés es la búsqueda de más clientes para los fines comerciales de nuestras empresas. No parece que busquemos rescatar sistemas de organización, respetar formas de pensar y adoptar fórmulas útiles, sino colonizar, al más puro estilo de la antigüedad. Ante la invasión masiva y arrolladora de los medios, los locales dejan de defender lo propio para abrazar maneras de pensar ajenas: los personajes americanos, y la música hindú se sincretizan con la cultura del área, justo como antes lo hizo la religión cristiana con la andina. Cuando se analizan estas ideas desde una lógica fría, es muy fácil concluir que nos enfrentamos a una situación, normal, que ha ocurrido durante siglos y siglos: el fuerte triunfando sobre el débil. Sin embargo, pensando desde una lógica más racional, tal vez podríamos preguntarnos si una explicación como ésta es la más sensata. ¿Dónde queda, entonces, la experiencia humana, el respeto por la diversidad, y el reconocimiento a las múltiples culturas que nos constituyen? 

 Pareciera que, cuando las sociedades “modernas” penetran las comunidades que aún se encuentran aisladas, llegan con tal fuerza que eliminan los conocimientos ancestrales, y no sólo eso, sino que hacen a un lado las estructuras de organización existentes, lo que termina por mermar la forma de trabajo comunitaria, dejando a estos núcleos sociales en una especie de “vacío estructural”, en el que los viejos preceptos han dejado de funcionar, mientras que las nuevas ideas son muy difíciles de implantar. Uno de los ejemplos más claros se encuentra en la estructura política de pequeñas comunidades: el sistema de mayordomía. Éste consiste en el otorgamiento de un mandato de gobierno a un miembro de la comunidad, por decisión de un consejo. El personaje de la comunidad no tiene más opción que aceptarlo y hacer su mejor papel durante el año o ciclo que durará en el cargo. De no hacerlo correctamente, será mal visto y recibido por la comunidad. Este puesto es irrenunciable y no existe la reelección inmediata (aunque sí pueden repetir quienes hayan desenvuelto un buen papel). Para el habitante, es un orgullo ser mayordomo. Este sistema, a diferencia del sistema occidental de votaciones, tiene la característica de no plantear una campaña política, sino una obligación del personaje hacia la comunidad. De este modo, se hacen a un lado las luchas de poder, así como las prebendas electorales; el puesto es entonces una responsabilidad, no una manera de regir sobre el grupo. 

 En cambio, cuando en las comunidades se implantan los sistemas electorales que conocemos, la gente pierde interés por participar, pues las votaciones parecen ser algo que viene desde fuera (con un organismo electoral y autoridades externas). ¿Será esto un causante de la escasa participación y del mínimo seguimiento posterior al desempeño de las autoridades? “Llevar el desarrollo” a las zonas lejanas, ¿no significa en muchas ocasiones romper esquemas tradicionales que funcionaban mejor? Hay miles de ejemplos de cómo la modernidad ha impactado en las sociedades tradicionales, pero valga la reflexión para afirmar que es en el intercambio de experiencias cuando todos aprendemos: no es este, por supuesto, un llamado a la reconstrucción de la muralla china (menos aún cuando los americanos están por levantar un enorme elefante blanco entre México y su nación). Se trata, más bien de buscar, en la lógica del intercambio cultural, la manera de compartir, y no aniquilar, los conocimientos y experiencias, siempre intentando defender a quienes se encuentran en posiciones más débiles. Desarrollo significa, sobre todo, construir sobre lo existente, no recomenzar desde cero.

1 comment:

Anonymous said...

Pour tous ceux qui se posent des questions sur la soutenabilité et le sens de la société de consommation, spécialement dans les pays dits industrialisés (et qui parlent français, en tout cas toi Samuel!), je ne peux que vous conseiller d'aller faire un tour sur www.decroissance.org.

Les idées exposées par les promoteurs de la décroissance peuvent, à mon avis, servir de base de reflexion sur le développement. Elles formulent plutôt des critiques au mode de vie que nous connaissons dans les "pays développés". En s'interrogeant sur le bien-fondé même du principe de croissance, les thèses développées m'ont permi cependant de prolonger la réflexion par rapport au type de développement souhaitable dans d'autres régions du monde. Si développement est uniquement synonyme d'augmentation du revenu ou des infrastructures dans un lieu donné, on peut sérieusement se poser des questions quand au bénéfice réel pour les communautés concernées. Les ONG responsables de ce "développement" sont alors au service des multinationales pour intégrer plus de gens au système de consommation mondial.

Le questionnement sur le type de développement que les Organisations Internationales, les Organisations Non Gouvernementales et les gouvernements des pays "industrialisés" stimulent me semble donc plus que nécessaire. Attention cependant à ne pas mettre de l'eau au moulin de ceux qui prônent une diminution voir meme une suppression pure et simple de l'aide au développement. Et ceux-ci font entendre leur voix de plus en plus fort, en Suisse en tout cas. La thèse selon laquelle la pauvreté dans les pays en voie de développement est causée UNIQUEMENT par une mauvaise gestion interne (corruption, non-efficience de l'allocation des ressources,...) est séduisante pour les pays "riches" et donc particulièrement pernicieuse.