Monday, January 08, 2007

Sobre el color de la esperanza

Sobre el color de la esperanza.

Samuel Bedrich



Terminé recientemente de leer el libro “La esperanza es verde”, de Pedro Solano[1]. Me tomó una tarde soleada (algo atípico en la ciudad de Lima), pero considero haberla aprovechado correctamente, sentado en una banca del malecón. El texto habla sobre la situación actual y el contexto histórico de las Áreas Naturales Protegidas (ANP) del Perú.

Más gratificantes son dos hechos: haber conocido al autor en mis clases de la maestría en ecoturismo, y por otro lado, haber ganado el libro por responder correctamente (al menos eso juzgó el autor) una pregunta durante su charla. Un poco menos alegre es la historia actual de las ANP, pero afortunadamente siempre contaremos con la oportunidad de escribir para exponer nuestras utopías y dirimir ideas.

Haré una pequeña exposición sobre dos asuntos que llaman mi atención (comités de gestión y contratos de administración) y terminaré haciendo una reflexión sobre porqué, aunque coincido en que la esperanza tiene un verde color, veo el futuro de estas áreas en verde difuso por culpa de cierta nubosidad del ambiente. Bien dicen que leer plantea muchas preguntas y así es como uno dirige la vista hacia la investigación: que quede claro, Pedro, que éstos son pensamientos originados por tu libro, no contra tu libro.

Sobre los comités de gestión, Solano dice que son la gran esperanza de las ANP, pues se espera de ellos que “exista un involucramiento y sentido de apropiación de la gente local en relación a su ANP”. Hasta acá estamos de acuerdo: en la medida en que los locales tengan una mayor participación en el área de la que dependen, las cosas deberían funcionar mejor. El capítulo de su libro que trata este tema es bastante extenso y da ciertos lineamientos que si bien no son “reglas formales”, sí pueden ser muy útiles a los encargados de aplicar el sistema.

En lo particular, me parece que el esfuerzo por hacer que cada ANP cuente con su comité de gestión, en el que los involucrados en su operación sean parte de la toma de decisiones, es genial. Sin embargo, lo que me da miedo, es la realidad: cuando vemos que muchos comités devienen en cotos de poder o simplemente grupúsculos que sirven para validar las decisiones de la autoridad, las preocupaciones arrecian. No hay mejores métodos, sino mejores personas, y los humanos somos complejos: tenemos el hábito de quejarnos por las decisiones de nuestras autoridades, pero cuando nos invitan a participar, argumentamos ocupaciones, como llevar a la abuelita a su paseo vespertino o ir al cine a ver la última de Brad Pitt.

Por otro lado, me parece que nuestras autoridades simplemente deberían hacer bien su chamba, pues al final, para eso las elegimos (y si no directamente, al menos sufragamos sus sueldos a través del pago de impuestos), así que tienen una responsabilidad inherente e ineludible: no me pidas que asista a todas tus reuniones, si tú eres el encargado de la gestión. ¿To participate or no to participate? diría Shakespeare.

Me parece que no debemos perder de vista este asunto: una cosa es la participación como sociedad civil en los procesos consultivos para la elaboración de planes, y otra cosa es que nos inviten a formar parte de un comité de gestión en el que terminemos siendo parte operativa, con responsabilidades que no esperábamos, ¡y el todo con un componente nulo de sueldo! La participación de la sociedad sí, pero que ello no nos separe de nuestra chamba como ciudadanos: votar, observar, cuestionar, proponer, pero también trabajar, producir, educar y ocuparnos de nuestras actividades. Mi abuelo, con sus amplios conocimientos administrativos (aprendidos en la escuela de la vida), dice: “Zapatero, a tus zapatos.”

De los contratos de arrendamiento. La discusión en clase fue más arrebatada: de un lado, un par de retrógradas que cuando intuyen en un esquema la palabra privatización, se imaginan de inmediato un escenario como el que propone Manuel Scorza en Redoble por Rancas, y alegan que no es para menos: cada vez que cedemos a otros la operación de nuestros bienes, terminamos quedándonos con los camarones más pequeñitos, mientras que los más grandes se van (como decía Mafalda, hablando de los buenos profesionales), al extranjero.

Del otro lado del ring se encontraban los que dicen que sí, que un contrato de arrendamiento puede ser útil porque cuando no tenemos las manos suficientes para cuidar toda nuestra diversidad, le podemos decir a alguien que venga a ayudarnos a cuidarla. Manos y gente buena, siempre hay.

Pero pasemos de lo jolgórico a lo serio. Según el autor (y según la ley, claro) “Los contratos de administración… [son un mecanismo que] busca obtener la participación de organizaciones de conservación no gubernamentales para que conduzcan, bajo encargo del Estado, la administración o gerenciamiento de determinadas áreas protegidas…”[2]

Cualquier parecido con la palabra privatización es mera coincidencia. Pero, ¿cómo no ser incrédulos, si en nuestra Latinoamérica, tan golpeada por las intervenciones extranjeras, hemos visto desfilar a cientos, ¿o miles?, de aventureros que han llegado con una mano delante y otra detrás, tan sólo para hacerse millonarios en menos de una generación, gracias a sendos contratos de operación, arrendamiento, concesión, usufructo o explotación? Todo lo que se asemeja a dejar los recursos que constitucionalmente pertenecen al Estado, en manos de otros, es casi sinónimo de mala palabra en política.

Se nos insistió que no era una venta, sino un préstamo: el estado deja en manos de particulares la operación de los planes maestros, pero los ejecutores no tendrán fines de lucro, ni podrán hacer negocio, ni serán dueños de nada. Me atrevo a hacer una moción: para mí, desde que el Estado (público) pasa sus responsabilidades a un particular (privado), eso se llama privatización (y tiene, como muchas palabras, sinónimos: tercerización o concesión, por ejemplo).

Habrá quien diga que no es así, pues los recursos siguen en manos de la nación. Es cierto, pero si yo te presto mi coche de hot dogs, los ingresos ya no vienen a mi bolsillo, sino al tuyo. Y al final, me pagas una renta y me devuelves mi coche, pero más viejo y con menos vida útil.




Pedro Solano nos lo dijo: “hasta este momento, sólo funciona un contrato de arrendamiento (pero en realidad, no tiene forma de ser representativo el caso de El Angolo) y es posible que estemos equivocados, pero, ¿cómo saber que no es el bueno si no lo hemos probado?”

Es cierto, pero tal vez antes de intentar habría que reflexionar un par de asuntos:

1. El contrato de arrendamiento se da a una ONG sin fines de lucro, que lo único que hará es cumplir con el plan maestro del ANP, diseñado por la autoridad del área, y en la que habrá un Jefe impuesto por la misma autoridad. ¿Cuál es la libertad de operación que tiene la ONG?

2. La ONG tiene limitaciones pues no tiene poder coercitivo, para imponer sanciones o proteger el sitio. Se dice que es una especie de “gerente”, ¿pero gerente de qué?

3. El contrato se da por 20 años. ¿No es esto un tiempo excesivo para “probar”?

4. ¿Qué ONG, bajo estas condiciones, estaría dispuesta a operar?

5. ¿A quién se le abre la puerta, sino a capitales extranjeros?

Desde mi punto de vista, hay dos argumentos principales para buscar este tipo de fórmula: el primero tiene que ver con la reducida capacidad de operación del INRENA (Instituto de Recursos Naturales, el ente rector de las ANP): con tan poco personal, necesita ayuda; y el segundo me parece un aspecto financiero: si INRENA no tiene dinero, alguien puede venir en su rescate. ¿No estaremos tratando de curar un cáncer con aspirina?

Una pequeña reflexión: hace unos meses estuvimos en la Huaca de la Luna (o Huacas del Moche, como han decidido nombrarlo ahora). La operación del sitio es excelente: a pesar de no contar con los recursos suficientes por parte del Estado, el sitio opera maravillosamente, tiene un equipo de trabajo profesional, hace investigación, abre nuevas áreas: es un modelo, y no ha sido cedido en contrato a nadie. No veo porqué una ONG tendría que venir a decirles a los antropólogos que ahí laboran cómo aplicar sus planes maestros. Ese equipo de personas ha logrado desarrollar un esquema de patrocinios por parte de empresas privadas que creen en ellos y les apoyan. En México, por ejemplo, también se utilizan sistemas de “amigos del área” y patrocinios privados.

¿Y si intentáramos otros esquemas que no nos obliguen a encargar el banco de oro, (del que habla Raimondi), mientras decidimos qué hacer con él?

¿Por qué la esperanza se ve nebulosa? Paso, con el miedo de que mis dos lectores ya hayan tirado la toalla, a exponer mis últimas reflexiones sobre algunos de los temas tratados por Solano, y a explicar porqué, aunque sé que la esperanza muere al último, también pienso que ésta requiere aire fresco… y acá, no siempre se tiene.

Hay, en el mundo, varios países que se supone acumulan el 70% de la diversidad del mundo. Originalmente, 12 de ellos suscribieron un acuerdo en la ciudad de Cancún, en México, en febrero de 2002 (dentro del marco de una reunión de la ONU) en el que decidieron conformar un bloque de países megadiversos. (Brasil, China, Costa Rica, Colombia, Ecuador, India, Indonesia, Kenia, México, Perú, Sudáfrica y Venezuela).

Sin embargo, de acuerdo con Mittermeier y Goettsch, (1992 y 1997)[3] son 17 las naciones megadiversas del mundo. (Australia, Brasil, China, Colombia, Ecuador, Filipinas, India, Indonesia, Madagascar, Malasia, México, Papua Nueva Guinea, Perú, Rep. Democrática del Congo, Sudáfrica, USA y Venezuela). Como se podrá apreciar, este estudio no contempla ni a Costa Rica, ni a Kenia. Para hacer más extraña la situación, hay quienes enlistan otro integrante: Bolivia, que vendría a ser el elemento número 18.

Algunos suspicaces podrían comenzar por preguntarse cuál de las listas es la correcta; otros se interrogarán cuántos países son necesarios para representar la megadiversidad del mundo, mientras que otros se cuestionarán quién dijo que 70% era suficiente para llamarle megadiversidad; y finalmente, habrá quienes dudarán que en realidad sean representativos, (pues todos los días se descubren nuevas especies) y si esto no cambiará algún día, transformando el bello término en sub-diversidad o infra-diversidad.

Pero independientemente de los que incluso argumenten que el término no existe (porque mi corrector ortográfico, al menos, no lo reconoce), me permití comparar a los países integrantes, con los índices de desarrollo humano del PNUD[4] de 2005. Abajo podemos ver el resultado:

(Con asterisco, los países firmantes del acuerdo de Cancún)

No parece que el tener tantas especies nos haga más desarrollados humanamente, ¿no?

Considero importante plantear que el contexto de megadiversidad surge como una propuesta de los años noventa, en que los países menos desarrollados se preguntaban si la forma en que se mide el desarrollo de una nación no debería pasar por una consideración de sus recursos naturales y del potencial que con ellos tienen.

Esa fue por supuesto, una reacción a las duras evaluaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, que insisten una y otra vez en decirles lo que tienen que hacer, poniendo énfasis en que si quieren “crecer”, tienen que ser como los países denominados “desarrollados”. Los estudios hechos por Mittermeier y Goettsch representaron una excelente manera de mostrar, al fin, que sí son naciones campeonas en algo (observemos que ni Australia ni USA firmaron el acuerdo de Cancún). Es claramente posible que mi comparativa esté errada al usar información de un índice de desarrollo “primermundista” versus naciones que establecieron este bloque precisamente en respuesta a estos indicadores.

Pero, dejemos a un lado esta discusión y digamos, a pesar de todo, que en verdad tenemos un enorme capital en la biodiversidad.

Contar con un capital significa tener algo para satisfacer necesidades, por consiguiente, esta amplia variedad natural es extremadamente útil si estamos en posibilidades de aprovecharla para crear medicamentos, mejorar índices de educación, comer más balanceado, gozar de excelente salud e incluso (que conste que digo incluso, porque la calidad de vida me parece más importante que un BMW en la cochera), exportarlo a naciones que podrían pagar por verse como nosotros… Por ahora al menos, creo que nuestro capital duerme el sueño de los justos en la banca de las utopías

Continuando con la deliberación, pienso que Solano toca un tema muy importante cuando dice que el nivel jerárquico de INRENA es netamente inferior al que requiere para hacerse escuchar, pues los ministerios con los que debe tratar siempre lo ven como una oficina de mandos medios: es cierto que David se enfrentó a Goliat y lo venció, pero a veces me digo que hay más mito que realidad en esa historia, ¿no estará de este lado la respuesta a la situación de los contratos de arrendamiento?

Me parece que el problema tiene un fondo mayor: la historia de procesos inconclusos, que es muy común del Perú (y también de nuestra Latinoamérica). Es escalofriante el tener que reconocer que más del 70% por ciento de las tierras del país son públicas (es decir no escrituradas). ¿Qué certeza puede tener cualquier inversionista en esas condiciones?

Las leyes incompletas, las decisiones basadas en la política, las reservas comunales que sólo dan soluciones temporales y decenas de temas por el estilo muestran el estilo de ser latino: mañana lo solucionamos. ¿No es nuestra frase favorita en los deportes aquella de “Jugamos como nunca, pero perdimos como siempre”?

Al principio comenté que explicaría porqué, aunque sí creo que el futuro es verde, lo veo con una nebulosa. No son los temas expuestos, sino el color del cielo limeño: mientras las decisiones del país se tomen acá, tendrán ese componente grisáceo. Cuando uno se encuentra en el interior del país, pareciera que no es la provincia, sino una nación distinta; solucionar cualquier problema legal implica viajar a la “tierra de nunca jamás”, a esta ciudad sin sombras. Leyendo a Scorza, uno constata que desde siempre, viajar “a la capital” ha requerido del mismo valor que necesitaron los apaches para luchar contra los americanos. El centralismo sólo tiene de nacional que es una carga para todo el país

Y todavía más al fondo del baúl hay un aspecto de base: ¿cuál es la apuesta que está haciendo el Perú? ¿Será de nuevo la historia de un monoproducto, hoy llamado biodiversidad, u optará por una línea de temas? Porque quien piensa en desarrollar únicamente el turismo y la multiplicidad ecológica, debe tener en cuenta que para que un turista se sienta contento de pasar por Lima, capital del país de la biodiversidad y del respeto a los recursos naturales, la metrópoli deberá estar limpia y sin el humo de sus automóviles-locomotora; debe también considerar que para que el turista gaste más, debe tener en qué gastar, pues si no, ¿dónde queda el efecto multiplicador? Y finalmente, debe realizar que si quiere hacer de sus ANP el centro de desarrollo de su estrategia, tendrá que ponerlas en el centro del motor, encontrar formas de acceder a ellas que sean más cortas que 2 días de lancha o 30 horas desde la capital, y apoyar concretamente la investigación científica. El país como un todo (gobierno, empresarios y sociedad) debe tener claro hacia dónde apuntando su estrategia.

Me parece que en efecto, hay muchos temas que discutir todavía. Tal vez entre ellos esté un pensamiento que recurre a mi mente con frecuencia y me hace dudar que la biodiversidad sea la mejor solución:

¿Cómo podría hacer un pescador del Manu (una ANP) para comprar una computadora, con los ingresos que ahora percibe? ¿Cuántos peces tendría que pescar para ello? Después me pregunto si este mismo hombre requiere de este aparato, y para qué lo usaría… luego me digo que tal vez la modernidad lo haría vicioso a Internet, como tantos americanos hoy en día, y que es mejor que no la tenga. Al final, termino por preguntarme si quien debe elegir es él, y no yo en su lugar.

Espero, que muchas personas, sobre todo las relacionadas con las ANP, puedan leer este ameno libro y generar la tan necesaria discusión, del mismo modo que deseo, en un contexto totalmente distinto, que un día Pedro nos invite a algún concierto de Cementerio Club, pues nos quedamos con las ganas de escucharlo cantar.

Replicas y comentarios son bienvenidos.
[1] SOLANO, Pedro. 2005 La Esperanza es verde -Áreas Naturales Protegidas en el Perú. Lima: SPDA 292p.
[2] Pag. 173
[3] Citados en PRO DIVERSITAS Declaración de Cancún En línea Consultado nov 2006. Disponible en http://www.prodiversitas.bioetica.org/doc80.htm
[4] PNUD 2005 Indice de desarrollo humano Consultado nov 2006. Disponible en http://.hdr.undp.org/reports/global/2005/espanol